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 hijos

 

Responsabilidad compartidas entre la vida laboral y familiar

 El día a día de las familias con padres y madres que trabajan fuera de casa, es un complejo acertijo de horarios, compromisos, actividades y tareas, cuya armonía se puede romper en cualquier minuto por un imprevisto, un ejemplo representativo, cuando se da que uno de los hijos/as enferme, en medio seguramente de prisas y requerimientos contrapuestos y, considerando una cierta preocupación y ansiedad por la salud y el bienestar del niño/a, hay que tomar decisiones rápidas, para hacerse cargo ese día o los días siguientes de su cuidado.

Ante este escenario asumimos que es la madre principalmente la encargada de reacomodar la administración doméstica, decidir si el niño/a va o no al colegio, si hay que llevarlo al médico, si ella tiene que faltar al trabajo o si puede llamar a alguien (abuelos o alguna persona de confianza) para que se haga cargo del cuidado de aquel. Es en este momento que uno de los padres tiene que adaptar su horario o decidir por ir a trabajar o quedarse, ambos cónyuges evalúan mecánicamente la decisión y es habitualmente la madre la que sacrifica su rutina laboral en pro del cuidado del niño/a.

El cuidado y crianza de los hijos/as son de manera habitual más asunto de la madre que del padre. Y de forma automática asumimos que el padre trabaja para el bienestar familiar, es decir, el trabajo de él se ve como necesario, como parte de su rol de padre, de proveedor. En cambio el trabajo de la madre es percibido como un opcional, no como un deber. Su deber estaría dado por priorizar sus obligaciones de crianza y cuidados de los hijos/as, desde esta perspectiva la opción laboral de la madre pasaría a ser un acto de individualismo respecto de la vida familiar y conyugal.

Habitualmente decimos que los hijos/as son igualmente del padre y de la madre, pero quien se queda cuidando al niño/a?, o quien lo lleva al médico?, o quien debe faltar al trabajo?, generalmente es la madre, como la principal y única responsable. Por tanto, la solución a los problemas que se presentan entre la vida laboral y familiar no pasa en que las mujeres tengan que elegir renunciar a lo extrafamiliar. La solución pasa por una revisión de la relación de pareja y de los roles de ambos cónyuges, para formar entre ambos un equipo de apoyo mutuo y con tareas compartidas, donde las partes sientan equilibrio frente a las responsabilidades que les toque enfrentar o ejercer.

Finalmente, no se puede dejar de mencionar y debatir la rigidez o falta de humanización de los puestos de trabajo, es decir, los riesgos están claros a la hora de pedir mayor flexibilidad en el trabajo para adaptar las necesidades de cuidado de los hijos/as, las mujeres temen ser tachadas de poco profesionales y poco comprometidas con sus empleos. En cambio los hombres, si llegan a plantearlo, deben afrontar eventualmente las miradas de extrañeza o descalificación de sus pares o superiores, y la inseguridad de ser los pioneros en cuestionar sus roles tradicionales. No obstante, todos tenemos algo que decir a la hora de debatir las políticas laborales, que actúan como si los hijos son un asunto privativo de las mujeres.

 


 

adolescente 

Hijos Adolescentes

La llegada de los hijos a la adolescencia, puede llegar a ser un periodo perturbador para la vida familiar, comparativamente con otras etapas del ciclo de vida familiar, ésta se considera la más difícil, por las dificultades que experimenta el adolescente y sus padres en la convivencia diaria.

El adolescente cuestiona normas, reglas y todo lo que diga relación al sistema familiar y por ende a sus padres, proceso normal y natural, ya que la rebelión es a menudo una medida de presión necesaria para vencer los lazos que unen al adolescente y sus progenitores, más que su hostilidad frente a ellos. La reorganización de las relaciones con los progenitores constituye uno de los acontecimientos que marcan la adolescencia, donde padres e hijos se sientan a dialogar, con la voluntad de llegar a acuerdos y mejorar la dinámica familiar, cosa que es casi imposible en un sistema familiar con hijos/as adolescentes.

El adolescente debe convencer no sólo a sus padres, sino también a sí mismo, de que no tiene necesidad de ellos, de que él mismo y sus padres son diferentes, que ya no existe el lazo de dependencia que existía en la infancia.  En la evolución de las relaciones paterno-filiales intervienen los distintos aspectos del proceso de la adolescencia, transformación que apuntan a aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Cambios a veces que se manifiesta en las relaciones con el sistema familiar, rechazando la imagen del niño/a sometido ante la autoridad paterna, sin embargo, el adolescente puede tener mucha necesidad de independizarse de sus progenitores, pero no desea destruirlos como modelos, la estima que tiene de sí mismo está estrictamente ligada a la que tiene de ellos.

En esta etapa el adolescente debe superar la imagen de los padres todopoderosos y perfectos que tenía en su infancia, en este proceso de búsqueda, a menudo no tiene claro lo que desea, pero si sabe que no quiere ser copia de la imagen de sus progenitores, aunque siempre tiene necesidad de un padre con el que pueda identificarse y que le servirá de modelo para su vida adulta, y de una madre en la que busca afecto y admiración.

La insubordinación y la desobediencia son parte del proceso que vivencia el adolescente al momento de enfrentar su propia autonomía e identidad. En cambio para los padres es difícil y doloroso aceptar este nuevo estilo de relación, el control sobre la conducta del hijo es cada vez menor, y erróneamente se trata de imponer el autoritarismo haciéndose el sistema familiar cada vez más rígido, logrando con esto, deteriorar la relación y la autonomía del adolescente, difícil paradoja la que debe enfrentar el adolescente, por un lado, debe romper con sus padres para descubrir su propia identidad de adulto, pero, por otro lado, no puede encontrar los fundamentos de su identidad más que a través de su historia familiar, que conoce a través de sus padres.

En este proceso suele darse que los adolescentes mientras más se esfuerzan por definirse o validarse, se encuentran muchas veces con un sistema familiar que los descalifica. Los padres, de este modo, mantienen la autoridad mediante la critica y el rechazo del comportamiento de los hijos/as, muchas veces, el conflicto entre quien descalifica (padres) y quien se empeña en ser validado (adolescente), pareciera perpetuarse por rigidez del sistema familiar (padres), que pretende comunicar al hijo –que así cómo va, no está bien- y que será validado sólo hasta que cambie, al no ceder ninguno en sus posiciones, inmortalizan el conflicto.

Nadie nos enseña a ser padres, pero siempre es posible hacerlo mejor, la familia que permanece unida, donde prevalece un clima de respeto, flexibilidad, acuerdo entre los progenitores, una relación de pareja sólida, fuerte y dinámica, y por sobre todo confianza y amor entre sus miembros, es capaz de crecer y cambiar positivamente a medida que los hijos crecen.

 


 

preescolar 

Hijos Preescolares

La familia con hijos en edad escolar vivencia diversos cambios tanto en sus funciones como en sus relaciones sociales. Por ello, la importancia que los padres conozcan las evoluciones tanto físico, intelectual, emocional y social por los que atraviesa el niño/a en esta etapa evolutiva, para prepararse y acompañar a los hijos/as en esta etapa de su desarrollo.

La escuela debe ser considerada como una entidad que colabora y facilita la tarea de educar de los padres, espacio significativo para el niño/a, puesto que le ofrece la primera oportunidad de integrarse a un grupo distinto del sistema familiar, donde se le exige adaptarse a nuevas normas sociales en ausencia de los padres. Sin embargo, es trascendente que los padres apoyen y se responsabilicen de la formación integral de sus hijos/as.

La inserción de los hijos/as dentro del medio ambiente extrafamiliar, la escuela, le permite al niño/a desarrollar un grado de independencia con respecto a sus padres, aunque estos siguen siendo el modelo más importante en sus vidas. En ese rol de importancia, lo padres deben motivar y valorar los logros que los hijos/as van alcanzando a partir de los primeros años de escolaridad, a fin de lograr la confianza en si mismo y en su capacidad de aprender.

En la etapa escolar el niño/a comienza a descubrir que si bien existen ciertas similitudes entre sus compañeros, él es una persona con características únicas y con ciertas potencialidades que son propias de su personalidad. Por tanto, es indispensable que la familia y la escuela incentiven al niño/a en el desarrollo de su propia identidad, permitiendo que éste se reconozca como una persona única y distinta de los demás y se acepte y valore como tal.  Por lo que es preciso que la familia y escuela, como principales agentes socializadores, trabajen coordinadamente en el desarrollo del niño/a. Considerando que es en la familia donde se inicia la formación de hábitos y conductas, y paralelamente la escuela debe apoyar dicho desarrollo.

Cabe mencionar, que así como los hijos/as, los padres también amplían sus relaciones sociales con los docentes y apoderados del sistema educacional, para lo cual la escuela debe generar instancias originales, atractivas y pertinentes para que las familias se puedan ver motivadas a participar en la educación de sus hijos/as y no se desentienda de sus funciones.  Además, sus obligaciones comienzan a ampliarse, debiendo asistir a reuniones de apoderados, brindar tiempo a los niños/as para desarrollar ambos las tareas encomendadas por la escuela y prestar colaboración constante durante la permanencia de los hijos/as en el sistema escolar.

La familia como base socializadora más importante en el desarrollo de los hijos/as, tiene un papel significativo en la incorporación del niño/a a esta nueva red social “la escuela”, asumiendo un compromiso constante en su educación.

 


 

conductas 

Porque mi hijo tiene conductas violentas?

La conducta violenta comienza a manifestarse a temprana edad, con episodios que muchas veces pasan inadvertidos para padres y educadores. Pataletas, arrebatos de ira, irritabilidad e impulsividad extrema, frustración fácil, agresiones hacia animales domésticos, peleas que comienzan como un juego y terminar con agresiones físicas, amenazas o intentos de herir a otros, aceptar la violencia como un modo de resolver problemas, imitar la conducta violenta que se observa en la TV, identificándose con personajes agresivos, son algunos de los primeros indicadores a los cuales debemos estar alertas como padres.

La violencia es una conducta orientada al sometimiento de una persona o la defensa de la propia integridad, lo anterior como primera o segunda opción a partir del agotamiento de otros mecanismos de comunicación más adaptativos. Por tanto, la violencia es entendida como la posibilidad de recibir daño o de ejercerlo. La violencia no está determinada biológicamente, está motivada principalmente por las influencias del medio, por tanto, los padres deben poner atención a cómo el ambiente que rodea al niño/a o adolescente puede estar favoreciendo estos comportamientos.

El entorno familiar puede ser la esfera principal en el aprendizaje del proceder violento, por ser el más cercano al niño/a y el que mayor influencia produce en él. Cuando la familia intenta solucionar los problemas con violencia, los niños/as y adolescentes fácilmente relacionan la fuerza violenta con el logro de un objetivo, convencer y controlar a otros por esta vía. Y si además, los padres responden con agresividad a las conductas violenta de los hijos/as se va formando una conducta en escalada que va creciendo y reforzando el comportamiento violento en ambos, lo cual puede salirse posteriormente de control.

Otros factores de riesgo que favorecen la conducta violenta, es la falta de coherencia en la educación de los hijos/as, por ejemplo, que una conducta violenta sea sancionado una vez y otra no, que se castigue una agresión con otra agresión, que sea uno de los padres quien castiga y el otro no, desautorización o descalificación entre los padres a la hora de poner limites y normas frente a los hijos/as, padres poco exigentes como aquellos muy autoritarios y carencias afectivas, entre otras, son factores de riesgo a tener en cuenta por los padres a la hora de educar.

  • PADRES, controlar estas conductas requiere de mucha paciencia, tiempo y tenacidad, para lo cual es favorable reducir el contacto con modelos agresivos, muéstreles a sus hijos/as que hay otras vías para solucionar los conflictos, como la reflexión y el diálogo. Enséñeles a sus hijos a expresar sus emociones de forma adecuada, para que no se sientan reprimidos, ni censurar, es decir, es válido sentir rabia, pero ello no es disculpa para descargarse golpeando al hermano, insultar a los padres o romper objetos. Mantenga una actitud positiva y ponga más atención en los progresos de sus hijos/as que en sus faltas.

 

 


 

castigos 

Cómo utilizar el castigo y el refuerzo positivo en nuestros hijos?

Probablemente más de alguna vez ha pronunciado; “¡Si no haces tus tareas, no verás televisión!”, “¡si llegas después de la hora acordada no tendrás un próximo permiso!”. Si se ha sentido identificado con estas frases, usted ha utilizado los castigos como un recurso de crianza. Y ciertamente lo son, aunque también existen otros más.

Está comprobado que los “refuerzos positivos" -como caricias, estímulos y premios, entre otros- frente a conductas esperadas o a comportamientos que estamos incentivando son siempre más eficaces a la hora de educar. Los castigos y los refuerzos positivos ayudan a cimentar la disciplina en nuestros hijos. Sin embargo, para que estas herramientas sean eficaces, como padres debemos tener presente jamás recurrir a la violencia, maltrato físico o psicológico. Los golpes, las descalificaciones y las actitudes de abandono, no contribuyen a corregir el comportamiento en nuestros hijos/as, sino que sólo consiguen menoscabar su autoestima y dañarlos severamente.

El cuándo, cómo y por qué castigar, varía de acuerdo a cada familia, así como la validez y la eficacia de corregir va a depender de la forma como utilicemos estas herramientas. El castigo tiene un objetivo definido: y es que el niño/a respete las reglas de convivencia familiar y social, que modifique ciertos modelos conductuales o al menos disminuya la aparición de un comportamiento atentatorio contra esas mismas normas.

Pero antes de sancionar, debe existir previamente normas y reglas claras, entendibles, entendidas y que se perpetuen en el tiempo, como también haber sido explicitadas previamente a todos los involucrados. Del mismo modo, no se debe castigar de manera aleatoria o dependiendo de nuestro estado de ánimo como padres, ya que en esos casos se desvirtúa la razón de ser y la esencia de la sanción en sí. Asimismo, evite utilizar las amenazas, especialmente aquellas que no cumpliremos, ya que tienen efectos indeseados -menoscaba nuestra autoridad- y somos percibidos como padres incumplidores y poco confiables.

A modo de contribuir al desarrollo sano de nuestros hijos/as, el “fijar limites” o “rayar la cancha” es fundamental y debe aplicarse de manera responsable y reflexionada, debido a que éste será el marco valorico y educativo en el que se desenvolverá la familia. Este encuadre debe ser invariable y permanente, de lo contrario los hijos/as se confunden y se manifiestan inseguros respecto del terreno que pisan.

Pero, ¿para qué fijar límites? La respuesta es simple: nuestra tarea como padres implica –entre otros aspectos- entregar a los hijos/as las herramientas para que sean seres humanos felices y el que ellos puedan convivir apropiadamente en sociedad.

En este sentido, la primera fuente de educación de nuestros hijos/as es el amor que les prodigamos que, independiente de la falta que cometan, el amor permanece inalterable. Por otro lado y no menos importante está el ejemplo que como padres les entregamos a nuestros hijos/as. Por tanto, “el qué hacemos y el cómo lo hacemos adquiere mayor relevancia que las palabras en sí mimas”. Por último, NADIE NOS ENSEÑA A SER PADRES, PERO SIEMPRE ES POSIBLE HACERLO MEJOR.