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abuso 3

 

 

 

Con frecuencia el agresor/a forme parte del vínculo de confianza (84,7%) del niño/a, lo que le da una posición afectuosa que lo beneficia, incrementando así el desequilibrio de poder y el grado de desprotección en que se encuentra el niño/a. Este desequilibrio se debe generalmente a relaciones de parentesco, vínculos jerárquicos y de autoridad, que permite que el abusador/a pueda manipular al niño/a mediante la intimidación y/o la coerción física y/o emocional, mediante sobornos, promesas o engaños.

Los niños/as que son agredidos sexualmente por lo general no se resisten al abuso, no utilizan la fuerza física, no gritan pidiendo ayuda y tampoco intentan escapar. Muy por el contrario, disimulan, callan, fingen seguir durmiendo, se cubren con las sábanas o intentan esconderse. Lo que lleva al niño/a, dependiendo de la edad, a pensar que estuvieron de acuerdo o que consintieron las conductas abusivas, porque no protestaron ni pidieron ayuda. Los niños/as no alcanzan a comprenden que no han tenido otra opción que la de someterse dócilmente y mantener el secreto.

Otro fenómeno que puede ocurrir y que se observa preliminarmente como un “no resistir” la agresión sexual, es la experimentación de procesos de shock emocional, paralizando el despliegue de recursos como para resistir la agresión o generar conductas de huida.