Cuando un ser querido enferma, la familia puede llegar a experimentar sentimientos de negación, racionalización, tristeza, tensión entre otros, porque jamás se esta lo suficientemente preparados para que una enfermedad invada la serenidad de lo cotidiano y perturbe la armonía y convivencia de todos los miembros del sistema familiar.
Es frecuente que cuando se recibe la noticia que ha enfermado un ser querido, los demás miembros de la familia se acerquen a él deseando ayudar y confortar, pero estas intenciones a veces generan incomodidad para el que padece la dolencia, ya que tendemos a confortar con frases como “podría haber sido peor”, “tarde o temprano nos tocará a todos”, apartándonos del sentir propio de quien sufre, causándole más daño que bien.
En este proceso el grupo familia tiende a reestructurar sus roles, horarios, hábitos y conductas, producto del familiar enfermo, quien reclama la atención de todos los miembros del sistema familiar. Este escenario requiere un periodo de adaptación por parte de la familia, tiempo que dependerá de factores como la naturaleza de la enfermedad, la personalidad de cada individuo, las experiencias anteriores, el entorno y la inseguridad que cause este suceso en el seno familiar, sin embargo, la enfermedad es una experiencia de duelo, ya que provoca diferentes pérdidas, empezando por las físicas y seguida de las capacidades cognitivas, relacionales y sociales.
Ahora, si la enfermedad es grave, la pregunta que la familia se hace es, debemos informar de ello al enfermo? El riesgo de hacer de la dolencia algo que hay que controlar al igual que el familiar que la padece, es olvidar el sentir del propio enfermo. Sin embargo, la forma más sana de proceder es indagar lo que el paciente desea saber. A veces tenemos derecho a no saber, pero sólo cuando lo explicitamos y cuando no saber no tiene consecuencias negativas sobre terceros. El motivo más usual por el que solemos ocultar la verdad de la enfermedad a nuestros seres queridos es porque creemos que así sufren menos, pero es muy difícil vivir una dolencia grave o terminal sin sufrir, y pretender evitarlo nos lleva a encubrir la verdad, generando una soledad emocional que con frecuencia hace sufrir más que la misma dolencia. Hablar claramente del cáncer, por ejemplo, logra permitir despejar aprensiones y preocupaciones. Por ende, lo más importante es asegurar al enfermo que le cuidaremos y le procuraremos lo mejor, mitigando todo tipo de sufrimientos evitables.
Otra dificultad que pueden enfrentar los familiares que cuidan a sus enfermos es la dependencia. El cuidador de la persona enferma corre el riesgo de terminar dependiendo del dependiente, es decir, de necesitar de la persona ayudada para sentirse bien, en lugar de al revés, haciéndose codependiente del familiar enfermo. Es importante también evitar la tendencia a sermonear, el enfermo ya tiene bastante con su padecimiento como para que quien desea ayudarle le reproche las conductas que han podido influir en el surgir de la enfermedad. Comparar con otros enfermos, medicarle según el propio criterio o según el modo como se hizo con una persona conocida, deben ser actitudes a evitar.
Por último, la clave fundamental para ayudar al familiar enfermo, es prodigarles mucho amor y cuidados, manteniendo una actitud empática, es decir, saber ponerse en el lugar del otro, para entender lo que está viviendo y centrarnos en sus propias necesidades, expectativas, emociones y reclamaciones.
Jessica Flores
Terapeuta Familiar